lunes, octubre 23, 2006

San Sebastián, Donosti


Me he encontrado un cielo color plomo que me ha recibido con una cascada incesante de lágrimas limpias. Durante el trayecto desde el aeropuerto de Hondarribia hasta el hotel y con el permiso de la lluvia excesiva, barrunto un verde fustigante en los bordes de la carretera que trepan hasta los picos de las montañas, en una disposición cromática que me resulta muy familiar.

He salido trotando a respirar calles y mar, he sobrevolado carrilles bici orillados de farolas victorianas, me he nutrido con txacolís y pintxos de variedad inacabables, he varado frente a edificios de coronas de sombrero de bruja, he intentado comprender…

Y no sé si me dejo un trozo del corazón o he metido a esta ciudad en él…

Como una mujer bellísima que amaste sólo una vez y no volvió a aparecer nunca más, Donosti me dice adiós desde un mar salvaje que se precipita eternamente contra las rocas en las que se acuna.