lunes, julio 31, 2006

El alquimista y la abuela Fita

En la silla artesana sentada, fundiendo calostro de vaca y su leche, amasaba lo que en poco tiempo sería queso. El olor lácteo lo inundaba todo y ella me miraba por encima de sus gafas de pasta marrón y cristales tintados. Su ojo izquierdo no funcionaba por un desprendimiento de retina, pero yo no me lo creía. Ella lo veía todo.

El esparto me dejaba señalados los muslos, tortura que intentaba persuadir con masajes de los dedos corazón de ambas manos. Claro que para masajes y dedos, los que ella aplicaba a la masa que iba haciendo.

"Angelín, ¿ves cómo va cuajando?. Con paciencia y esmero, todo llega". Aprendí el proceso. La cocina de leña era su reino, pero ella además era druida. Mateca colorá y repápalos.

Años después, reecontré a la abuela Fita en las páginas de Paulo Coelho, y corrí al frigorífico en busca de queso cremoso. La carrera era acuosa.

"Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño".

Vives en mí, abuela.