El bocadillo de mortadela...
Recuerdo que cualquier parecido con la ficción era mentira, y que el calor que despedía el escalón de la puerta de mi casa hacía que me sudara la espalda.
Tú tenías un cactus por corazón y sus púas se te hinchaban hacia dentro. Al menos eso pensaba a tu paso, cuando ignorabas que respiraba.
Aquel verano, el bocadillo de mortadela que comía cada tarde, quedó enterrado dentro de las fronteras de mis sandalias, arropado por tus dedos.
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